25 de mayo de 2010

Si existo pienso y si pienso en cosas idiotas en algo existo, pero estoy segura que va a pasar, de que la existencia de alguna manera es real. Las voces, las voces, dame un beso, uno de verdad hacia la nubleza, aquella que embarga de forma perpetua y nos aleja, nos aleja de mi poco sentido práctico de realidad. El amor se forma de manera autónoma y te deja con un cosquilleo un poco extraño que a veces se transforma en arañazos de felicidad tonta. Me dejé aquí, casi muerta, con leves recuerdos de unos tres días borrosos sumergida en mi abismo interno de oscuridad, llanto y tortura, llamadas interminables, gritos de mi madre, llamadas de mi padre diciendome "¡si te cortas lo mato!", ¿para qué lo vas a matar si ya yo estoy muerta? A veces no logro distinguir las voces a la lejanía en mis estados autodestructivos, con mis afanes de acabarme y quedar inerte, a ver si de una vez por todas todo termina de manera apacible, sin consecuencias, pero si algo sé y tengo tatuado en mi mente es que las consecuencias son eternas. Nunca culpo a nadie de esto, de mí, de este desastre de persona que soy, o intento de persona que intento ser, no culpo a nadie, tengo suficiente madurez para entender que me lo he ganado, yo solita y con creces. Es difícil evitarlo cuando ya te trazaste un gran y martirioso propósito de autodestrucción masiva y que las esperanzas desde hace un buen tiempo están en la cañería. Hay que decirlo en voz alta, bien fuerte, me odio, odio mi cuerpo, mi cara, mis facciones, mis acciones, mis actitudes, mis alegrías, estoy vacía por dentro y me dreno constantemente sin pudor alguno, me salvo, de vez en cuando, al amar, al amarte me salvo, al inundarme en tu luz... ¿pero tu luz me amará eternamente? ¿así, como soy? Ver al cielo completamente drogada y descubrir un secreto y quizá dos más que olvidas con el desenlace de las situaciones y del tiempo... Temo al olvido, tengo a desvanecerme completamente, pero lo necesito, necesito un gran STOP que me permita seguir viviendo.

Por allí lei:

"La culpa es de la lluvia. Es su culpa aunque hoy haya decidido no caer sino quedarse suspendida para poder traspasarnos horizontalmente y pintarlo todo de color borroso. La culpa es del despertador que a pesar de vivir conmigo aún no conoce mis peculiaridades y se empeña en apagarse cuando se lo ordeno, como si a esas horas yo tuviera razón en algo. La culpa es de las prisas entonces. La culpa es del transporte público, tan poco glamouroso, lo que no deja de ser una ventaja, pero también es su culpa. La culpa es de los libros que me gustan, que por algo me gustan y es porque la tristeza tiene todos los polos magnéticos que me atraen. La culpa es del tiempo que falta en el trabajo (ahora lo robo, debo devolverlo en cuanto pueda) y las carreras. La culpa es de las prisas entonces. La culpa es de los gases y los picores, los dolores musculares y los de viejo (aunque nunca haya tenido músculos y viejo sea un concepto tan elástico). La culpa es de la misma de siempre que ha decidido no cambiar ni cambiarse, salvo en las cosas que pueden hurgar un poquito más en esa herida que no recuerdo donde estaba (ni para cambiar la tirita). La culpa es de las señoras que no se limitan a teñirse el pelo de lila, o caminar bajo la lluvia con una bolsa de plástico en la cabeza, o mirar al este al amanecer del quinto día. Las señoras que quieren saber cómo van las vidas, y le encantan los mínimos detalles de “tu chico”. Señoras tan freudianas que podrían ser perfectamente un señor. La culpa es de los ciclos hormonales masculinos que seguro que existen pero que la antigua ciencia machista nunca quiso desvelar y la actual ciencia feminista no se preocupa en calmar. La culpa es de la inexistencia de tales ciclos. La culpa es de las prisas entonces. La culpa es de la química y los niveles enzimáticos intersinápticos, tan sensibles a las concentraciones y a los olvidos matutinos. La culpa es de las prisas, obviamente. La culpa es de los días tontos. ¿O no se nota?"

La culpa es de mí misma, de mis pezones que duelen, de las pastillas que se acaban, de las quemadas en mis brazos, de los besos que doy, de cuando abro las piernas, soy feliz y olvido, la culpa es siempre de mis acciones y mis motivos, la culpa radica en la intolerable manera en que modifico mi vida hasta tal punto de convertirme en un ser prácticamente inexistentente y menospreciable, que, sin embargo, atrae y atrae a espectadores ansiosos de decadencia que de alguna manera, terminan teniéndome cariño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario